Lecturas que habilitan a la reflexión del ejercicio profesional

Reflexiones acerca del trabajo social desde los aportes de Rodolfo Kusch

 

Desde este espacio colectivo de trabajadorxs sociales proponemos algunos intentos de articulación entre el pensamiento de raigambre americana que ha desarrollado el filósofo y antropólogo fallecido en 1979 Rodolfo Kusch y el trabajo social, en tanto implica una práctica ligada a los sectores populares en los que, sin estar exentos de las marcas de occidente, se manifestaría con mayor entonación lo que Kusch va a reivindicar como el hedor de América.
Aunque sirviéndonos del pensamiento desarrollado en varias de sus obras, aquí nos basaremos en el texto “El vuelco de un camión” que se encuentra en “Indios, porteños y dioses”, libro editado en la década del 60, una obra donde la impronta literaria de Rodolfo Kusch se ubica en su mayor esplendor y en la que narra la experiencia de viaje que realiza junto a un grupo de gente -proveniente de la “gran ciudad”-, al altiplano andino donde se genera lo que va a denominar un topamiento con el hedor de américa, topamiento en tanto irrupción, en tanto conmoción del sentimiento vital.
Al inicio del texto Kusch cuenta la vivencia de encontrarse en la ciudad de La Paz, Bolivia y de subirse a un camión para ser trasladado al interior de ese país (y de unx mismx). Dice que aborda el camión en la avenida Buenos Aires pudiendo plantearse aquí la primera reflexión dada por la referencia a una avenida llamada Buenos Aires, para nosotrxs
representante de la gran ciudad, de la modernidad, desde la que Kusch se toma un transporte para arribar al interior de ese país, es decir al lugar donde acontece lo que él llama el intrincado mecanismo de la vida y que se vincula a un modo de existencia propio de la américa profunda. No obstante Kusch no está pensando este binomio “gran ciudad interior” en términos de opuestos que se excluyen sino en términos de convergencia y lo plantea del siguiente modo: “Se trata -refiriéndose a la Buenos Aires- de una calle curva que bordea la hoya de La Paz, y de la cual se cuentan misterios y leyendas. Es el lugar de los festines nocturnos en los cuales se vive de mal en peor, o de las consignas misteriosas”. Y más avanzado el texto, dice: “En la calle Buenos Aires convergen entonces la república boliviana -en tanto formación de la modernidad- y el pasado de su tierra”. Esto nos remite a un modo de pensar americano que es dual, es decir, donde lo blanco puede admitir la presencia de lo negro y viceversa y nos permite reflexionar respecto del otro tema que el filosofo introduce: la muerte; pudiendo decir que según lo que Kusch nos transmite, el pensar arraigado a nuestra tierra no considera a la muerte totalmente escindida de la vida, como lo hace occidente, sino mas bien una salpicando a la otra.
¿Esto implicaría que no es occidente un permanente provocador de muerte y que la vida cobra ahí un valor mayor que en la profundidad de América? Al contrario, pareciera
que de la muerte en tanto finitud, precariedad estructural a la que están sometidas nuestras existencias, la modernidad occidental nada quiere saber y en el afán de darle la espalda, de amurallar la muerte, esta retorna habitando lo cotidiano de los modos más feroces (ejemplos: los modos mortíferos de producir, de comer, de trabajar, de divertirse, de relacionarse, etc).
En el mismo texto, Kusch narra el episodio del vuelco de un camión. Cuenta que durante el viaje que hacen al interior de Bolivia ha llovido, el camino se ha vuelto blando y fangoso y un camión que marcha detrás vuelca, surgiendo de parte de él y de su grupo, la iniciativa de detenerse y auxiliarlxs mientras que el resto de lxs pasajerxs campesinxs e indígenas con quienes compartía el viaje no hacen caso y simplemente se escucha algún comentario como que en enero suele morir mucha gente a causa de esos vuelcos.
Kusch reflexiona respecto del sentido que en ese contexto tiene la muerte y dice que entre nosotrxs, refiriéndose a quienes portamos con mayor acentuación las marcas de occidente “la muerte es un episodio ingrato, un poco molesto y hasta vergonzoso, porque seguramente debió ocurrir por algún descuido”. ”Se siente vergüenza de morir porque es como un hurto que nos hacen de algo de lo cual somos propietarios”, dice Kusch, en cambio  agrega “el indígena no es dueño del mundo, sino que el mundo es dueño de él”. Cabe la aclaración de que aquí no está ubicado el ser humano en un lugar de inacción sino más bien, es corrido de la intención de dominio y no hay ahí un sentido de propiedad de la vida.
Asimismo lo que podría ubicarse como propio del modo de existir ligado al ser alguien occidental y moderno es cierto forzamiento de la vida, cierto intento de prorrogación de la misma al infinito a través de toda una serie de instrumentos técnico-científicos que ha utilizado el hombre moderno en su afán de controlarla, de reducir la vida a lo calculable, donde no se quiere hacer lugar a nada del orden de lo imprevisible y de lo finito. Es posible considerar como ejemplo los tratamientos de “rejuvenecimiento” y otros no ligados meramente a lo estético pero sí a formas invasivas a nivel del cuerpo, reduciendo al ser humano a un objeto.
A la aceptación de lo contingente se refiere Kusch cuando narra el modo de estar que tiene lugar en la profundidad de América, donde el indio se encuentra expuesto a los
elementos de la naturaleza. Ese estar a la intemperie, admitiendo la fragilidad de la vida, corriendo el riesgo que puede acarrear una tormenta o la sequía para una cosecha, no implica, en el marco del contexto actual signado por una desigualdad social abrumadora, renegar al estilo neoliberal de los denominados sistemas de protección estatal que actúan como marco de nuestra práctica como trabajadores y trabajadoras sociales. De hecho Kusch no se refiere a que el indio viva permanentemente en estado de “desnudez”, sino a lo significativo de no desconocer esta condición estructural para encontrar modos de conjuro que aporten cierto amparo relativo, sin pretender abolir la condición de indefensión, es decir, sin pretender la adaptación a una forma de vida occidentalizada.
En el desafío de encontrar formas de convergencia entre la práctica del Trabajo Social enmarcada en los sistemas de protección y la condición de precariedad estructural
de la existencia humana, podría pensarse en tensionar esos sistemas, en hacer confluir junto a esos modos institucionales de la modernidad, algo del orden de la finitud, de la
indefensión estructural que pueda perforar las respuestas totales, homogéneas, predeterminadas y sordas que históricamente han prevalecido en nuestra práctica como trabajadorxs sociales, al estilo de lo que se evidencia en Gerónima, una película del año 1986 dirigida por Raúl Tosso.
Podría pensarse que este desafío admitiría no solo la precariedad estructural de las personas con las que intervenimos sino también la fragilidad existencial de lxs trabajadorxs
sociales, apartándonos de la posición totalitaria del que sabe y por ello recomienda, indica, responde, soluciona, lo cual conduce a la subordinación y desimplicancia de aquellas
personas con quienes intervenimos respecto de las decisiones que atraviesan su vida.
Nuevamente no se liga esta reflexión a una romantización de la precariedad material que atraviesa a los sectores populares y a nuestras condiciones de contratación, sino que
en este último caso sería más oportuno referirnos ya no a precariedad sino a precarización en tanto involucra a otros sectores que activamente precarizan y se liga, no a las leyes
incontrolables de la naturaleza, sino a las del mercado.

Trabajadorxs Sociales: Lucía Chicco, Maria Jose Ring, Nicolas Zalazar y Paula Fernández

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